sábado, 28 de marzo de 2020

Music Corner nº 182 - The Cure

"Bloodflowers” (1999)
EL CIERRE DE LA TRILOGIA

Antes de que en febrero del año 2000 se editara “Bloodflowers”, las estadísticas contaban que el último full álbum de estudio de The Cure había sido un notable bajón a nivel ventas en la carrera de la banda: 4 años antes, “Wild Mood Swings” fue el disco que menos ventas había registrado en los últimos 12 años. Lamentablemente, esa continuaría siendo la tendencia de allí en más, porque “Bloodflowers” (el flamante nuevo lanzamiento) no mejoraría la puntería en ese sentido. Pero aun siendo difícil de consumir, no es descartable y además, cuenta en su haber con todas las peculiaridades del sonido curiano.

La producción llega a ser conmovedora desde algunos aspectos. Impregnada de una tristeza profunda, sosegada y permanente, el regocijo consiste en dejarse llevar por el estado de melancolía casi imperturbable que se vive a lo largo de la placa y que nos conduce a un estado mental casi involuntario de romanticismo destrozado, bien conocido ya a través de otras creaciones de Robert Smith.
Desde su gestación, “Bloodflowers” no parece haber tenido la más mínima intención comercial al no haber cortado ningún single en formato físico en una época donde todavía se estilaba hacerlo, aunque si se lanzaron dos singles promocionales para las estaciones de radio. El primero de ellos es el tema de apertura, “Out Of This World”. Si alguien tenía añoranzas de algún material con reminiscencias a “Disintegration”, tal vez esta sea la canción que estaba buscando ya que, salvando las distancias, en sus punteos y en su ambientación hay un aire a “Pictures Of You”. Es la descripción de ese amor idealizado al que no podemos aferrarnos y del que tarde o temprano estaremos obligados a desprendernos para volver a la realidad, con una lírica que exhibe destellos de inspiración en pasajes como “I wonder will we really remember how it feels to be this alive?”, siempre mostrando por otro lado un tono cansino y aturdido. El otro track de difusión fue “Maybe Someday”, una rola con un fuerte tufillo al britpop cuyo reinado estaba a punto de cesar en la Europa de fines del milenio, pero con una buena cuota de energía saturada, como también se da en tantos otros pasajes de la placa, entre ellos “39” (edad que acababa de cumplir Roberto en 1998, al momento de componerlo): un tema que cada vez que comienza me recuerda demasiado a “Never Enough”, el booster tras una seguidilla de temas muy down. Y aún en estos pasajes se percibe un dejo de pesadez, de malestar. Porque es cierto que eran épocas en las que a Robert Smith se le cruzó por la cabeza la idea de disolver el grupo. La idea por momentos fue la de hacer una última entrega, un final lo más digno posible, pero parece que durante la gira “Dream Tour” los muchachos encontraron razones suficientes para seguir adelante. La discográfica no fue tonta y alimentó el rumor de la separación para despertar el interés del público en la gira y en el disco. No es un dato menor que Smith venía de una batalla legal contra la disquera, lo que había incrementado su hartazgo.

En cuestiones de forma, ¿cuáles son las características más notables a lo largo de todo “Bloodflowers”? En primer lugar, la ausencia de melodías gancheras. Especialmente en los últimos años, The Cure había despertado fanatismos, había ampliado su base de fans y al mismo tiempo se había ganado críticas por abusar de las melodías alegronas que tan buen resultado supieron darle con hits radiales del estilo “Just Like Heaven”, “Why Can’t I Be You?” o “Friday I´m In Love”. Incluso, hubo casos de melodías que no necesitaron ser jocosas para atrapar, como fue el caso de la casi perfecta “Lovesong”, su single mejor rankeado en USA (llegó al #2 del Billboard Hot 100). El hartazgo de este recurso llegó, al menos en mi caso, con la insustancial “The 13th” contenida en su álbum de 1996 “Wild Mood Swings” (por algo será que ellos mismos no la tocaron durante la gira de dicho disco). En “Bloodflowers”, The Cure hace borrón y cuenta nueva: no hay melodías festivas ni estribillos contagiosos del tipo “The Love Cats”, ni por asomo. Se pusieron firmes: queremos ser muy lóbregos nuevamente. Las referencias abundan en el álbum, especialmente con temas como “Last Day of Summer” o “The Loudest Sound”. En segundo lugar, la extensión promedio de los tracks. Una característica que tenía como antecedente “Disintegration”, se repite aquí en una placa de solo 9 canciones donde The Cure bate su propio record con “Watching Me Fall” y sus estoicos 11 minutos y monedas de desesperanza y derrumbe, que constituyen lo más logrado del disco. En tercer lugar, aunque ya por afuera de lo que al álbum refiere, no hubo videoclips que acompañaran los sufridos lamentos de Roberto. Acostumbrados nosotros a sus delirios claustrofóbicos e histéricamente ansiadas caídas por las laderas de altos acantilados, no tuvimos la suerte de ver plasmado en imagen algún que otro tema de este disco que lo ameritaría.

De lo que no caben dudas a lo largo de los 58 minutos que dura “Bloodflowers”, es que The Cure se reencuentra con sus raíces más oscuras y vuelve a explorar los recovecos más tenebrosos de las capacidades de la banda para generar rock gótico del bueno, como en otras épocas había sabido hacerlo en “Pornography” (1982) con sus líricas lánguidas, dolorosas y asfixiantes. Claramente, aquí no llegan a expresarse con tanta precisión los picos de desolación tan bien logrados en el mencionado cuarto álbum de la Cura, pero nuevamente se animan (como ya había sucedido en “Disintegration”) a abordar temas como la frustración, la muerte o la autodestrucción. No en vano en el año 2002 se dieron los conciertos “Trilogy”, que quedaron registrados tras su presentación en vivo en el estadio Tempodrom de Berlín, donde la banda interpretó en su totalidad y orden cronológico los discos “Pornography”, “Disintegration” y “Bloodflowers”, dejando de ex profeso el hilo conductor que emparenta a estas tres obras. Y si esto es lo que se espera de una banda como The Cure ¿qué es lo que hizo que “Bloodflowers” tuviera una recepción tan dispar? En mi caso, cuando lo escuché por primera vez en el momento de su lanzamiento, me dio la impresión de ser un producto chato, casi en piloto automático, donde temas como “Where The Birds Always Sing” o “There Is No If…” me hicieron pensar que si esto iba a ser The Cure ahora, mejor dar vuelta la página. Roberto siempre nos había transportado a atmósferas de dolor existencialista con altura: ahora parecía que estaba sufriendo sin ganas (porque hasta al sufrimiento hay que ponerle onda, ¿no? Al menos eso esperaba yo!). Fue un disco que digerí con el tiempo, que aprendí a entender con los años.

Pocas críticas fueron positivas, y sí hubo algunas reseñas muy negativas para “Bloodflowers” desde medios especializados como Rolling Stone, que reprobó la calidad de las composiciones, sugirió que la mitad de las mismas era un zumbido descartable y que aquí quedaba demostrado que Robert Smith era capaz de escribir 4 canciones malas al hilo. Otros sostuvieron que el álbum carecía de inspiración y sonaba cohibido. Sin embargo, el disco tuvo su reconocimiento al ser nominado en los premios Grammy del año 2001 en la categoría Best Alternative Music Album. El público en general y los fans supieron asimilarlo de otra forma, y al menos en lo personal, hoy en día me resulta un trabajo muy interesante a la hora de reunir varias cualidades muy propias del Cure más primitivo. Una suerte de serendipia: fue un afortunado hallazgo que llegó a destiempo para regalarnos algo tal vez inesperado y hasta incomprensible. Queda en cada uno saber apreciar o no esta acendrada versión de The Cure, de modo que la invitación es a escucharlo por primera o enésima vez según sea el caso.